jueves, 16 de julio de 2009

Lágrimas por una medalla.

¿Recordáis los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996? ¿Recordáis que la selección española ganó el oro en gimnasia rítmica por conjuntos? ¿Recordáis que en el pódium una de aquellas deportistas estaba llorando? Pues bien, no fueron las últimas lágrimas que derramó por la medalla. Y no precisamente de emoción. A fecha de hoy tiene 29 años. Era Tania Lamarca y es la que, junto a Cristina Gallo, ha escrito este libro.



En él explica su historia desde que empezó en la gimnasia como diversión, pasando por la alta competición hasta que la echaron porque pesaba 43,5 Kg cuando le pedían 41. Empieza fuerte desde el principio:

Quiero contar la historia de una medalla, de los sacrificios, las renuncias, la entrega, la lucha de unas niñas por alcanzar un sueño, el sueño de todo deportista: subir a lo más alto del pódium en unos Juegos Olímpicos. Pero lo que quiero dar a conocer es la historia de una mujer que salió del gimnasio sin más equipaje que un puñado de medallas en la mano y descubrió un mundo en el que tan preciados metales no servían más que para adornar la vitrina de su casa.

Ya cuando empezó en el mundillo, al hacer las pruebas para el ingreso en el equipo nacional le dijeron que no daba la talla: medía 1,54 cm. No obstante, acabaron aceptándola. Fue a vivir en una casa donde cerraban la cocina con candado. Nos habla del Emilio: un aparato negro y cuadrado por el que tenía que pasar, al igual que todas las demás. Se refiere a la báscula.

Explica su rutina de vida: desayuno-entreno-comida-entreno-cena. Explica los maratonianos entrenos que les impedía muchas veces asistir a la escuela. Y a la que había torneos, menos. Si el entrenamiento iba mal les obligaban a quedarse entrenando más incluso hasta las doce de la noche. Su profesor de Física y Química llegó a tenerles que dar clases a las once de la noche. A la mañana siguiente se sujetaba la cabeza como si estuviera escuchando y dormía en la clase. El profesor no decía nada. También se dormía en las charlas del psicólogo, aunque a este no le importaba, pues decía que su “subconsciente seguía trabajando”.

Estíbaliz, una compañera, se quejó de un pie y nadie le hizo caso. Siguió entrenando con dolor hasta que averiguaron que se había roto un dedo. Más tarde, se rompió el menisco poco antes de los mundiales, pero aun así, siguió entrenando. Impresionante.

La comida es una parte central de la historia. El elemento común era la falta de pan. Después de la cena se amontonaban en el sofá para ver la tele y a partir de las once de la noche, a dormir. A partir de esa hora no se podía llamar ni a los padres. Veían series como “Lo que necesitas es amor” o “Médico de familia” y se fijaban, sobre todo, en la comida, el zumo de naranja y los caramelos. Dice que ella no pasó hambre, pero muchas compañeras suyas sí. Les controlaban todo lo que comían. Aparte de pesarlas, les registraban las habitaciones y revolvían los cajones, armarios, camas, etc., en busca de comida. Claro, esto se traducía en técnicas como cajones de doble fondo para guardar chocolate. Llegaban a tener tanta fijación que coleccionaban los envoltorios de las chuches que se comían.

Al volver del mundial le dolían las rodillas y los codos. Estaba muy justa de peso y le detectaron bajos niveles de potasio. La solución fue para ella magnífica: ¡tenía que comer un plátano todos los días! En las mismas Olimpiadas, incluso los atletas y entrenadores españoles de otras disciplinas se dieron cuenta de lo poco que comían.

Se apuntaba en chuletas lo que iba a contar a sus padres cuando venían a verla. Los días más tristes eran los lunes después de haber estado con sus familias, lo que se notaba en sus entrenamientos. Por ello, quince días antes de una gran competición les prohibían las salidas y visitas de los padres. Explica que algunos de aquellos domingos eran demenciales: doce chicas adolescentes en una casa durante un día entero. Las horas se hacían eternas.

En los europeos, en que quedaron plata con cinta y pelotas y bronce con aros, al regresar a España, no hubo ninguna recepción oficial. Sólo algunos periodistas en el aeropuerto. Les dieron menos de una semana para estar con su familia y vuelta al entreno.

Para la preparación del campeonato del mundo, no tenían vacaciones. Su calendario laboral no entendía de fiestas, puentes, Semana Santa, verano o Navidad. Como querían ser gimnastas, estaban dispuestas a sacrificarlo. Y es que con quince años no se planteaban su futuro.

Ser campeonas del mundo no es cualquier cosa, aunque la gente se empeñase en demostrarnos lo contrario. A nadie le importó nuestra anterior victoria mundialista en Viena. Sigue sin importarles. A veces me parece que en este país todos los días se ganan medallas, que es fácil conquistar los títulos, porque se olvidan rápido de las victorias. Y no me refiero al público en general, que al fin y al cabo, se entera de lo que los medios dan a conocer, sino a los mandatarios, los responsables deportivos que exprimen a sus atletas hasta que se quedan sin jugo para después desecharlos.


En el avión para ir a las olimpiadas de Atlanta les tocó ir sentadas detrás de los futbolistas. Al hablar con ellos, se quedaron parados cuando les dijeron que entrenaban ocho horas diarias y que algunos días salían a las doce de la noche. Claro, los futbolistas lo hacen dos horas, tres en los días fuertes. Les dijeron que ellos ganaban mucho dinero, y cuando les respondieron (los futbolistas) que ganaban el dinero justo, Esti les comentó que ellas tenían la beca y ya está. Los mismos futbolistas no lo vieron justo y reconocieron el desfase abismal entre unos y otros.

Hay quien podrá pensar que quejarse por no cobrar más es algo habitual, pero cuando hay mandatarios que ganan cifras enormes con dudosa moralidad y legalidad aprovechando el esfuerzo de los deportistas para relegarlos más tarde al olvido es un tema que tendría que debatirse.

Por ejemplo, tuvieron que hacer un par de anuncios para la TV. Nadie las avisó ni se lo comentó. Aunque para ellas era un descanso, no recibieron ingresos extra, regalos ni atenciones. Era un precio, por lo que se ve, que debían pagar por tener una beca.

Al subir al pódium de Atlanta, les dijeron que se pusieran ciertos maillots con un patrocinador. Resulta que la Carta Olímpica lo prohíbe expresamente y el presidente de la federación les dijo que si les preguntaban algo sobre ellos, dijeran que había sido diseñado por ellas. Las gimnastas, por supuesto, desconocían todo esto. Habían recibido una reclamación que había estado a punto de quitarles el oro. El presidente de la federación les dijo que cobrarían un buen dinero por ello. Todavía hoy no sabe quién se benefició. Ellas, desde luego, no.

Y tampoco creáis que por estar en Atlanta pudieron estar al tanto de las otras competiciones. No podían distraerse de su objetivo, así que no vieron ni el oro de Induráin, ni la plata de Cacho, ni las medallas de boxeo de balonmano, hockey y tenis, etc.

Luego venían las exhibiciones. En una gala les pagarían cien mil pesetas (600 euros) por actuación, pero la federación se quedaba el 25% en conceptos de gastos de organización. Tampoco cobrarían nada por exhibiciones en el extranjero. Les decían que iban a percibir un porcentaje de la venta de camisetas y otros objetos conmemorativos de las medallas. Tampoco supieron nada de ese dinero.

Y por si fuera poco, las culpabilizaban. A Estíbaliz, mientras estaba lesionada, le dijeron: Tu cole cuesta dinero, tu piso cuesta dinero, tú cuestas dinero y no estás entrenando. Se sintió culpable y lo dejó. Hoy trabaja como instructora de pilates.

Explicaron a sus padres que tenía sobrepeso: medía 1,58 y pesaba 46 Kg. Si no bajaba hasta 41 la echarían. Y claro, tampoco le decían el momento en que iban a pesarla, así que tenía que contenerse incluso en los desayunos. Le llegó a dar una lipotimia. Sin importarle cómo estaba, la pesaron. La báscula dio 43,5 Kg. La echaron. Así de fácil.

La vuelta a la vida normal no fue nada fácil. Y tampoco recibió ayuda alguna de los estamentos federativos:

Siempre me habían marcado la pauta a seguir: hoy competimos aquí, viajamos allá, entrenamos acá. En cambio, nadie me advirtió que después estaría sola. Años de entrenamiento psicológico para ser la mejor, la más fuerte, la campeona y ni medio minuto de asesoramiento para enfrentarme al mundo real, para enfocar mis estudios, para buscar una profesión. Ni una sola palabra de ayuda ni un consejo para afrontar el día después.


Se encontró con 18 años teniendo que asistir a 2º BUP. Sus compañeros tenían dos años menos que ella. Creían que era millonaria por ser campeona olímpica. Nunca se integró. Quería sentirse útil, así que buscó trabajo y le ofrecieron trabajar de dependienta en una perfumería por las tardes.

¿Y qué se aprende en la escuela? No sé si ella aprendió mucho, pero tuvo que tragar lindezas como estas de una monja:

¿Tú qué te crees? Has hecho una cosa muy mal en la vida: dedicarte a algo tan insignificante como el deporte y dejar algo tan importante como los estudios.

Sin comentarios.

El entonces presidente de la federación, Jesús Méndez, dejó la presidencia para irse a Colombia como director de la empresa a la que se había donado el dinero de la gira colombiana: Con él se fueron todos aquellos contratos verbales, todas las promesas vanas que acepté en mi ingenua creencia de que los dirigentes velarían por mi futuro.

El único dinero que podían reclamar legalmente era el que la federación debería haberles pagado por la medalla de oro. Pero no creáis que lo cobró al momento: tardaron más de cuatro años en pagarle y gracias, entre otras, a denuncias de periodistas como José María García. Y tampoco os lo perdáis: querían hacerles firmar el recibo con fecha falsa para luego poder decir que las denuncias habían sido en falso. Cuando les entregaron el cheque, ningún directivo estuvo presente. Esa foto no interesaba.

Después de casi caer en una depresión, por suerte, ha podido hacer una vida “normal”:

He madurado, veo las cosas de otra manera. Soy feliz con mi modo de vida, aunque no ha sido gracias al título de campeona olímpica.

Y finaliza con una frase que da mucho que pensar: Lo mucho que siempre cuesta una medalla y lo poco que tantas veces vale.

Ya veis cómo es el retiro y retorno la sociedad en este país de una atleta con un palmarés de medalla de oro olímpica, doble campeona del mundo, dos veces subcampeona de Europa y campeona de España.

Tania tiene hoy una hija. En caso de que le dijera de mayor que quiere ser gimnasta y conseguir el oro olímpico, me pregunto qué le diría o qué le aconsejaría.

Fuente.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Que pobres!.... habia oído algo de esto......menos mal que yo no era buena !.....lo que me hubiese faltado yá!

Anónimo dijo...

creo q este es un tema interesantisimo. para empezar, todo lo q tiene q ver con deportes y niños está más cerca de la explotación infantil que de la enseñanza o la recompensa. Casos hay muchísimos incluso dentro de deportes "ricos" como el futbol. En general, todo lo q tenga q ver con dinero y niños (lease niños artista como marisol, deportistas, modelos, cantantes...)
Por otro lado, no creo que la solución sea que los deportes minoritarios reciban más dinero sino que todos cobren mucho menos. Si por mi fuese quitaría el deporte profesional en el sentido que el que quiera hacer deporte que lo haga (y se divierta) pero eso de que sea una profesion... pues como q no lo veo útil. Si tanto vive la gente por el deporte (algunos incluso han nacido para ser estrellas :O) que lo hagan pero en sus ratos libres... pero bueno, este cambio hoy en día parece una utopía :O